Tras años de permanecer rezagados, el movimiento por los derechos de los gays en América latina decidió salir del armario, buscando un reconocimiento social y una integración al conjunto de la sociedad, apoyado en el modelo cultural que difunde la TV estadounidense, básicamente. El tema mereció un trabajo que aqui se reproduce parcialmente.
WASHINGTON DC (Foreign Policy). Los analistas no se se han percatado, pero en América Latina está teniendo lugar una importante revolución social. La región está volviéndose más gay. No es que haya más homosexuales viviendo en América Latina (nunca lo sabríamos). Es más bien que está pasando a ser más acogedora para esta comunidad.
Hace una generación, esta zona del mundo era la tierra del armario y del macho. Hoy los movimientos que luchan por los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT) están aprovechando la existencia de regímenes más globalizados y abiertos. Y además promueven su causa a través de inteligentes alianzas dentro de la escena política y económica convencional.
De modo que aunque los armarios y los machos todavía son omnipresentes, América Latina es ahora escenario de algunas de las leyes más progay del mundo en desarrollo.
Los derechos de los homosexuales se comenzaron a extender en la Europa occidental democrática a finales de los '60 y en Estados Unidos más gradualmente a partir de los '70.
Hace una generación, esta zona del mundo era la tierra del armario y del macho. Hoy los movimientos que luchan por los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT) están aprovechando la existencia de regímenes más globalizados y abiertos. Y además promueven su causa a través de inteligentes alianzas dentro de la escena política y económica convencional.
De modo que aunque los armarios y los machos todavía son omnipresentes, América Latina es ahora escenario de algunas de las leyes más progay del mundo en desarrollo.
Los derechos de los homosexuales se comenzaron a extender en la Europa occidental democrática a finales de los '60 y en Estados Unidos más gradualmente a partir de los '70.
A pesar de ser democrática y en cierto modo occidental, América Latina se quedó atrás. Más tarde, a finales de los '90, la legislación comenzó a cambiar.
En 1998, la nueva Constitución de Ecuador introdujo mecanismos de protección contra la discriminación basada en la orientación sexual. En 1999 Chile despenalizó las relaciones sexuales entre personas del mismo género.
La asamblea legislativa del Estado de Río de Janeiro (Brasil) prohibió la discriminación por inclinación sexual en establecimientos públicos y privados en 2000.
En 2002, Buenos Aires garantizó a todas las parejas, sin importar el género, el derecho a registrar las uniones civiles.
Los cambios en las políticas siguieron llegando.
En 2003, México aprobó una ley federal antidiscriminación que incluía la orientación sexual.
Un año después, el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva inició “Brasil sem homofobia” (Brasil sin homofobia), un programa con varias ONG para cambiar las actitudes sociales hacia la sexualidad.
En 2006 Ciudad de México DF aprobó la Ley de Cohabitación Societaria, que otorgaba a las parejas del mismo sexo derechos maritales idénticos a las de hecho formadas por un hombre y una mujer.
Uruguay creó una ley en 2007 que garantizaba acceso a subsidios por enfermedad, herencias, cuidado de los hijos y pensiones a todas las parejas que han cohabitado durante al menos cinco años.
En 2008, Nicaragua reformó su código penal para despenalizar las relaciones entre personas del mismo género.
Incluso el autoritario nuevo presidente de Cuba, Raúl Castro, ha admitido las operaciones gratuitas de cambio de sexo para los ciudadanos que cumplan los requisitos exigidos.
Estas novedades no se han producido únicamente sobre el papel. Las ciudades latinoamericanas están también pasando a ser cada vez más gratas para los gays.
El número de establecimientos con dueños que pertenecen a esta comunidad o que los acogen favorablemente (por ejemplo, bares, grupos de apoyo o servicios) per cápita en las ciudades de América Latina está aumentando, y algunas superan ya incluso a las capitales europeas más liberales.
En realidad nadie pensó nunca que la región fuera un desierto en este aspecto, pero ahora hay abundantes pruebas de que está saliendo del armario, al menos legalmente y en los centros urbanos.
¿Qué explica el gran despertar latinoamericano?
Entre las respuestas obvias está el cambio de régimen: ayuda el que la región ya no sea autoritaria, porque los derechos gays raramente se amplían bajo esas condiciones.
Ayuda también que esté fuertemente urbanizada y que sus ciudades estén volviendose más globalizadas y ricas; la vida gay florece en las urbes acomodadas y cosmopolitas.
Ayuda que América Latina no sea musulmana o predominantemente protestante, porque los países en los que dominan esas religiones –por ejemplo, en los países árabes o anglocaribeños- tienden a tener unas legislaciones menos favorables en este ámbito
No obstante, una razón más sorprendente para el torrente de cambios ha sido el inesperado nuevo peso de los movimientos LGBT en la zona del mundo.
Estos han existido en algunos países desde los '70, pero siempre fueron pobres, pequeños, y se han visto aquejados de un enorme problema de parasitismo (toda esa gente que todavía sigue en el armario) y desprovistos de líderes fuertes a escala nacional. Típicamente, esto daría como resultado una influencia nula.
Pero por el contrario, los movimientos LGBT latinoamericanos han superado sus handicaps políticos adoptando tácticas inteligentes.
En vez de volverse radicales y desesperados, han forjado alianzas pragmáticas con movimientos sociales más grandes e influyentes.
En Ecuador, por ejemplo, se apoyaron en el más fuerte movimiento feminista para ejercer influencia en el cambio constitucional.
Igualmente, en Brasil, las alianzas con los funcionarios gubernamentales resultaron vitales para las campañas sanitarias. Los movimientos en Argentina, México y Perú trabajaron con empresas locales para desarrollar los mercados gays. Los movimientos LGBT también han hecho un uso inteligente de los instrumentos que facilita la globalización. Han fomentado el turismo gay, trabajado con los medios de comunicación para cambiar los gustos culturales y utilizado Internet y los foros académicos para aprender las tácticas que en el extranjero han tenido éxito a la hora de lograr que se produzcan reformas.
Los grupos que trabajan a favor de los gays en América Latina no son radicales, anticapitalistas o antiglobalización, y esto ha ampliado su poder. Dado el rumbo antiglobalización que han tomado muchos movimientos sociales progresistas, los activistas LGBT latinoamericanos son minorías en algo más que únicamente su sexualidad.
Por supuesto, existen todavía claros desafíos. Los derechos de los gays son aún tímidos allí donde existen, y permanecen ausentes en muchas partes de la región, especialmente fuera de las grandes ciudades. La razón más obvia es la persistente homofobia.
Un reciente sondeo en Brasil, el país con los mayores desfiles del orgullo gay del mundo, mostraba que el 58% de los encuestados todavía estaban de acuerdo con la afirmación “la homosexualidad es un pecado contra las leyes de Dios”, y el 41% con “la homosexualidad es una enfermedad que debería ser tratada”. Esta es la paradoja del avance de los derechos.
Exactamente los mismos factores que los hacen posibles -una mayor visibilidad y tácticas de presión inteligentes- son los que provocan también sentimientos de rechazo.
A pesar de sus hábiles estrategias políticas, los movimientos LGBT también han fracasado a la hora de ganarse el apoyo incondicional de los partidos políticos de izquierda, que casualmente están en el poder en la mayoría de los países de América Latina.
Puede que la falta de apoyo entre los partidos tenga su origen en el legendario desprecio de la izquierda socialista hacia los valores posmaterialistas y la globalización, ambos adoptados por los movimientos LGBT.
Quizá sea a causa del enfoque macho de la política heredado de Fidel Castro y el Che Guevara, o sencillamente del conservadurismo innato de los populistas de izquierda. Sea por la razón que sea, y con la única excepción del presidente de Brasil los líderes de la izquierda apoyan una legislación gay mucho más tímida de la que desea esta comunidad, si es que apoyan si quiera algún cambio.
En Ecuador, el año pasado, por ejemplo, el presidente de izquierdas, Rafael Correa, bloqueó personalmente la legalización del matrimonio de personas del mismo sexo en su nueva constitución, a pesar incluso de que la llenó de muchos otros artículos polémicos.
Así que, aunque puede ser cierto que a los gays les gusta divertirse, en América Latina no siempre salen a bailar con los partidos que querrían.
Es difícil tener plena confianza en el futuro, a pesar de los claros avances de los movimientos LGBT en América Latina.
Los derechos de los homosexuales y las zonas de confort parecen moverse en oleadas, con la posibilidad siempre presente de que se produzca una vuelta atrás.
Cambiar las leyes y los barrios es sin ninguna duda un buen comienzo, pero queda trabajo por hacer para contrarrestar la homofobia y la falta de aliados en los partidos que gobiernan. El armario puede estar abriéndose, pero el jurado todavía sigue deliberando fuera.
En el primer ranking de esta clase que se ha hecho nunca, un estudiante y yo clasificamos diversas ciudades del mundo según lo acogedoras que resultan para la comunidad gay.
La clasificación de una urbe estaba determinada basándose en el número de establecimientos que son propiedad de gays o que les acogen favorablemente (por ejemplo, bares, grupos de apoyo o servicios) per cápita. Estudiamos las tres ciudades más grandes con poblaciones superiores a 500.000 habitantes de cada país, hasta un total de 180 metrópolis. Puedes ver el índice total aquí.
En 1998, la nueva Constitución de Ecuador introdujo mecanismos de protección contra la discriminación basada en la orientación sexual. En 1999 Chile despenalizó las relaciones sexuales entre personas del mismo género.
La asamblea legislativa del Estado de Río de Janeiro (Brasil) prohibió la discriminación por inclinación sexual en establecimientos públicos y privados en 2000.
En 2002, Buenos Aires garantizó a todas las parejas, sin importar el género, el derecho a registrar las uniones civiles.
Los cambios en las políticas siguieron llegando.
En 2003, México aprobó una ley federal antidiscriminación que incluía la orientación sexual.
Un año después, el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva inició “Brasil sem homofobia” (Brasil sin homofobia), un programa con varias ONG para cambiar las actitudes sociales hacia la sexualidad.
En 2006 Ciudad de México DF aprobó la Ley de Cohabitación Societaria, que otorgaba a las parejas del mismo sexo derechos maritales idénticos a las de hecho formadas por un hombre y una mujer.
Uruguay creó una ley en 2007 que garantizaba acceso a subsidios por enfermedad, herencias, cuidado de los hijos y pensiones a todas las parejas que han cohabitado durante al menos cinco años.
En 2008, Nicaragua reformó su código penal para despenalizar las relaciones entre personas del mismo género.
Incluso el autoritario nuevo presidente de Cuba, Raúl Castro, ha admitido las operaciones gratuitas de cambio de sexo para los ciudadanos que cumplan los requisitos exigidos.
Estas novedades no se han producido únicamente sobre el papel. Las ciudades latinoamericanas están también pasando a ser cada vez más gratas para los gays.
El número de establecimientos con dueños que pertenecen a esta comunidad o que los acogen favorablemente (por ejemplo, bares, grupos de apoyo o servicios) per cápita en las ciudades de América Latina está aumentando, y algunas superan ya incluso a las capitales europeas más liberales.
En realidad nadie pensó nunca que la región fuera un desierto en este aspecto, pero ahora hay abundantes pruebas de que está saliendo del armario, al menos legalmente y en los centros urbanos.
¿Qué explica el gran despertar latinoamericano?
Entre las respuestas obvias está el cambio de régimen: ayuda el que la región ya no sea autoritaria, porque los derechos gays raramente se amplían bajo esas condiciones.
Ayuda también que esté fuertemente urbanizada y que sus ciudades estén volviendose más globalizadas y ricas; la vida gay florece en las urbes acomodadas y cosmopolitas.
Ayuda que América Latina no sea musulmana o predominantemente protestante, porque los países en los que dominan esas religiones –por ejemplo, en los países árabes o anglocaribeños- tienden a tener unas legislaciones menos favorables en este ámbito
No obstante, una razón más sorprendente para el torrente de cambios ha sido el inesperado nuevo peso de los movimientos LGBT en la zona del mundo.
Estos han existido en algunos países desde los '70, pero siempre fueron pobres, pequeños, y se han visto aquejados de un enorme problema de parasitismo (toda esa gente que todavía sigue en el armario) y desprovistos de líderes fuertes a escala nacional. Típicamente, esto daría como resultado una influencia nula.
Pero por el contrario, los movimientos LGBT latinoamericanos han superado sus handicaps políticos adoptando tácticas inteligentes.
En vez de volverse radicales y desesperados, han forjado alianzas pragmáticas con movimientos sociales más grandes e influyentes.
En Ecuador, por ejemplo, se apoyaron en el más fuerte movimiento feminista para ejercer influencia en el cambio constitucional.
Igualmente, en Brasil, las alianzas con los funcionarios gubernamentales resultaron vitales para las campañas sanitarias. Los movimientos en Argentina, México y Perú trabajaron con empresas locales para desarrollar los mercados gays. Los movimientos LGBT también han hecho un uso inteligente de los instrumentos que facilita la globalización. Han fomentado el turismo gay, trabajado con los medios de comunicación para cambiar los gustos culturales y utilizado Internet y los foros académicos para aprender las tácticas que en el extranjero han tenido éxito a la hora de lograr que se produzcan reformas.
Los grupos que trabajan a favor de los gays en América Latina no son radicales, anticapitalistas o antiglobalización, y esto ha ampliado su poder. Dado el rumbo antiglobalización que han tomado muchos movimientos sociales progresistas, los activistas LGBT latinoamericanos son minorías en algo más que únicamente su sexualidad.
Por supuesto, existen todavía claros desafíos. Los derechos de los gays son aún tímidos allí donde existen, y permanecen ausentes en muchas partes de la región, especialmente fuera de las grandes ciudades. La razón más obvia es la persistente homofobia.
Un reciente sondeo en Brasil, el país con los mayores desfiles del orgullo gay del mundo, mostraba que el 58% de los encuestados todavía estaban de acuerdo con la afirmación “la homosexualidad es un pecado contra las leyes de Dios”, y el 41% con “la homosexualidad es una enfermedad que debería ser tratada”. Esta es la paradoja del avance de los derechos.
Exactamente los mismos factores que los hacen posibles -una mayor visibilidad y tácticas de presión inteligentes- son los que provocan también sentimientos de rechazo.
A pesar de sus hábiles estrategias políticas, los movimientos LGBT también han fracasado a la hora de ganarse el apoyo incondicional de los partidos políticos de izquierda, que casualmente están en el poder en la mayoría de los países de América Latina.
Puede que la falta de apoyo entre los partidos tenga su origen en el legendario desprecio de la izquierda socialista hacia los valores posmaterialistas y la globalización, ambos adoptados por los movimientos LGBT.
Quizá sea a causa del enfoque macho de la política heredado de Fidel Castro y el Che Guevara, o sencillamente del conservadurismo innato de los populistas de izquierda. Sea por la razón que sea, y con la única excepción del presidente de Brasil los líderes de la izquierda apoyan una legislación gay mucho más tímida de la que desea esta comunidad, si es que apoyan si quiera algún cambio.
En Ecuador, el año pasado, por ejemplo, el presidente de izquierdas, Rafael Correa, bloqueó personalmente la legalización del matrimonio de personas del mismo sexo en su nueva constitución, a pesar incluso de que la llenó de muchos otros artículos polémicos.
Así que, aunque puede ser cierto que a los gays les gusta divertirse, en América Latina no siempre salen a bailar con los partidos que querrían.
Es difícil tener plena confianza en el futuro, a pesar de los claros avances de los movimientos LGBT en América Latina.
Los derechos de los homosexuales y las zonas de confort parecen moverse en oleadas, con la posibilidad siempre presente de que se produzca una vuelta atrás.
Cambiar las leyes y los barrios es sin ninguna duda un buen comienzo, pero queda trabajo por hacer para contrarrestar la homofobia y la falta de aliados en los partidos que gobiernan. El armario puede estar abriéndose, pero el jurado todavía sigue deliberando fuera.
En el primer ranking de esta clase que se ha hecho nunca, un estudiante y yo clasificamos diversas ciudades del mundo según lo acogedoras que resultan para la comunidad gay.
La clasificación de una urbe estaba determinada basándose en el número de establecimientos que son propiedad de gays o que les acogen favorablemente (por ejemplo, bares, grupos de apoyo o servicios) per cápita. Estudiamos las tres ciudades más grandes con poblaciones superiores a 500.000 habitantes de cada país, hasta un total de 180 metrópolis. Puedes ver el índice total aquí.
Nuestros resultados muestran que las ciudades latinoamericanas están lejos de ser desiertos para la comunidad gay.
Comparadas con otras, la mayoría de los núcleos urbanos de la región están situados en posiciones intermedias –ni al final del todo (de cero a 0,99 establecimientos por millón de habitantes) ni en lo más alto (en el intervalo del 30 al 61).
Sólo dos de 33 ciudades latinoamericanas registraron una puntuación de cero (Puerto Príncipe en Haití y Tegucigalpa en Honduras). Mientras, Montevideo (Uruguay), San José (Costa Rica) y Quito (Ecuador) se sitúan en posiciones más altas que Nueva York.
Una gran parte de las ciudades de esta región salen mucho mejor paradas que la mayoría de las urbes en el mundo en desarrollo, la mayor parte de las cuales se sitúan en la cola de la lista.
Este ranking no toma en consideración las cuestiones relacionadas con los delitos homófobos, servicios sanitarios, discriminación en el trabajo, distribución de los ingresos o condiciones de vivienda, que también afectan a la hora de medir si una ciudad puede ser acogedora para la comunidad homosexual.
No obstante, el índice revela que no todas las urbes son igualmente gays, y que algunas de las megaciudades de América Latina son megagay a escala mundial.
Comparadas con otras, la mayoría de los núcleos urbanos de la región están situados en posiciones intermedias –ni al final del todo (de cero a 0,99 establecimientos por millón de habitantes) ni en lo más alto (en el intervalo del 30 al 61).
Sólo dos de 33 ciudades latinoamericanas registraron una puntuación de cero (Puerto Príncipe en Haití y Tegucigalpa en Honduras). Mientras, Montevideo (Uruguay), San José (Costa Rica) y Quito (Ecuador) se sitúan en posiciones más altas que Nueva York.
Una gran parte de las ciudades de esta región salen mucho mejor paradas que la mayoría de las urbes en el mundo en desarrollo, la mayor parte de las cuales se sitúan en la cola de la lista.
Este ranking no toma en consideración las cuestiones relacionadas con los delitos homófobos, servicios sanitarios, discriminación en el trabajo, distribución de los ingresos o condiciones de vivienda, que también afectan a la hora de medir si una ciudad puede ser acogedora para la comunidad homosexual.
No obstante, el índice revela que no todas las urbes son igualmente gays, y que algunas de las megaciudades de América Latina son megagay a escala mundial.
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