lunes, 2 de marzo de 2009

Día de la familia: Se reinventa familia mexicana


Influida por presiones de tipo económico y social, la imagen tradicional de la familia ha venido evolucionando en diferentes formas.

Una chica decente de impecables rizos y aspiraciones de modernidad, que en plena fiebre de su “edad casadera” sueña con el afrancesado príncipe que la lleve —boda mediante— fuera de las paredes de la dictadura del imperioso y castrense padre proveedor, una madre de peinado alzado con vocación de complacencia, una hermanita latosa y media docena de entrometidos parientes. Esa era una estampa destinada a fundirse con la realidad nacional cuando el cine mexicano de la época dorada la retrató en aquel clásico “Una Familia de Tantas”.
Hoy el retrato bien podría ser fiel si la hija viviera ya con algunas amigas de la escuela o con su novio,o tal vez si hubiera sido criada por la madre y su segundo esposo, o por dos padres y una madre —la que quizá no necesariamente sería mujer—, o que hubiera tomado de la mano a su pequeño para buscar un rincón donde construir con él la compacta esfera que acaso sólo una madre soltera puede ser con su hijo.
Las posibilidades darían para toda clase de tramas porque, en efecto, en los escenarios de los hogares mexicanos, la película ha cambiado. Eso a pesar de que, a contraluz de la moral conservadora aún imperante, a la radiografía de la nueva familia mexicana le sobren o le falten huesos.
El habitual triángulo papámamá- hijos, si bien es todavía el rostro oficial de la familia, ha dejado de ser el único. A la par, el ser y hacer más profundo de las familias mexicanas ha cambiado ostensiblemente. Y la inercia apunta a que seguirá haciéndolo hasta los límites de la metamorfosis.
Según se constituya y funcione, la familia puede ser un “nido de perversiones” como la llamara la escritora Simone de Beauvoir, o el “paraíso anticipado” que en ella veía el filósofo John Browning. Lo cierto es que no ha dejado de ser el núcleo social universal.
Las nuevas familias mexicanas Como umbral de su camino evolutivo, las familias están lentamente dejando de ser nucleares, es decir, familias que se agrupan alrededor de la pareja o de uno de los padres. Las familias extendidas —por las que se entienden aquellas en las que se agregan a la familia nuclear otros integrantes, parientes o no— se están reduciendo de la misma manera. Y finalmente, cada vez hay más gente viviendo sola.
En 2008, de las 26 millones 125 mil 086 viviendas en el país, el 70 por ciento según el Instituto Nacional de Estadística corresponden a hogares nucleares, índice que se ha mantenido más o menos estable en la última década, pero el cuerpo de ese “núcleo” ha cambiado, pues las familias nucleares monoparentales pasaron a ser el 10.2 por ciento; de ellas, el 87 por ciento son encabezadas por mujeres. En general, de 1976 a 2005, el porcentaje de mujeres al frente de un hogar, se duplicó, pasando de 5.3 al 11.6 por ciento.
Para el psicoanalista Carlos Gutiérrez, esto se debe, por un lado, a que este es “el siglo de las mujeres”, quienes asumen la responsabilidad única gracias al avance de sus posibilidades de decisión.
Pero fundamentalmente, a que las familias nucleares “han estado recibiendo presiones del desarrollo de la sociedad que han hecho que se conviertan en familias monoparentales, en donde solamente uno de los padres está a cargo de los hijos, por las presiones económicas, la emigración (el migrante que va a Estados Unidos normalmente es el hombre, entonces deja por fuerza una familia monoparental) o presiones de tipo social que la misma familia no ha podido detener”.








Porque la familia, dice, es un reflejo de las condiciones sociales y no al revés, pues “recibe las fuerzas que la constituyen o la transforman, de la misma sociedad”. Hay quien se aventura a leer en estos cambios la muerte de la familia, aunque aseguran los especialistas que “no es así, estamos viendo su transformación, estamos viendo su modernización”.
Por otro lado, las familias ampliadas como la familia rural en donde estaban también los tíos, los abuelos, se han ido desagregando, desintegrando en parte porque la estructura social así lo exige. Y porque además, explica Gutiérrez, “las familias ampliadas son familias que requieren mucho tiempo de cuidado, de participación y las familias actuales ya no tienen mucho tiempo”.
Se une el fenómeno de los nuevos microhogares, constituidos tanto por jóvenes independientes como por viudosancianos, en muchos casos en abandono.
En el año 2000, de los 22 millones 640 mil 391 hogares mexicanos, el 6.4 por ciento eran hogares unipersonales. En 2005 los hogares unipersonales se elevaron a 7.5 por ciento. El año pasado, constituían ya casi el 9 por ciento.Otro tipo de familia que va ganando terreno es la familia homoparental, es decir, con una pareja del mismo sexo como núcleo familiar. Aunque el INEGI las incluye según sus condiciones en categorías que no las reflejan, las redes LGTB afirman que hay un millón de familias homosexuales en México.
La forma es lo de menos Los modelos de la estructura familiar, sin embargo, no son el factor determinante para asegurarles una mala o buena vida a sus miembros. Pues “tan puede ser disfuncional una familia nuclear completa como una familia monoparental o una de igual sexo”, apunta el experto.
“La Asociación Pediátrica Americana durante seis años hizo una investigación en donde se preguntaba si las familias con padres del mismo sexo podían educar hijos sanos al igual que las familias de sexo diferente y la respuesta, asombrosa para muchos, fue ‘sí, los hijos de familias con padres del mismo sexo pueden ser tan estables como los de sexo diferente’”, apunta.
De hecho, se ha comprobado, por ejemplo, que las hijas de madres lesbianas tienen mayor autoestima y que los niños de padres gay tienden a ser más serviciales y menos agresivos.
Organismos activistas aseguran que las únicas diferencias entre hijos de familias tradicionales y homosexuales son que los niños criados en familias homoparentales suelen ser más abiertos y respetuosos de las diferencias sociales, reciben una mejor educación sexual y aprenden roles de género más igualitarios.




A pesar de ello, esas familias son discriminadas, como también padecen la discriminación las familias formadas por la madre y sus hijos, a las que aún les llueven los señalamientos “como si el pobrecito niño estuviera incompleto. Las madres solteras saben que no necesitan tener una pareja fija para darle una imagen paterna. El padre de ella, un hermano, el maestro de escuela, pueden funcionar muy bien como padres sustitutos. No es que le vaya a faltar una imagen al niño, es que la imagen va a ser diferente”.
La disfuncionalidad, pues, no depende del sexo ni de la presencia de ambos padres, sino del trato, de la comunicación y de la relación que establece el padre o la madre con los hijos, es decir, de los vínculos de apego y de afecto que establecen los padres con los hijos.
Estos vínculos “son establecidos a partir de que el pequeño nace, dependen más de los padres que de los hijos y son los que van a dar estabilidad o no de los hijos en el futuro”.
Debido a que los padres tienen cada vez menos tiempo de contacto con los hijos, estos vínculos han dado giros cualitativos, pero —apunta el especialista— “si ese tiempo de contacto se aprovecha adecuadamente con contacto efectivo, comunicación efectiva y profunda, las relaciones se fortalecen.
“No se necesita —agrega— demasiado tiempo para ganarse la confianza de los hijos y para mantener el equilibrio funcional de la familia, “pero si con mucho tiempo o con poco tiempo no se pone atención real a la familia, aunque estemos las 24 horas la familia será disfuncional”.
La “atención real” significa disposición de escucharlos y el elemento de la empatía, “que es anticiparse al otro, ponerse en el lugar del otro, el entender qué está deseando o pensando el otro… es la esencia de la comprensión de los padres a los hijos.
El padre empático sabe cuándo decir que no y cuándo decir que sí, el padre empático sabe cuándo el niño necesita atención y cuándo necesita soledad”.
La agitada vida de los padres actuales, apunta, “nunca ha sido excusa. Los hijos, incluso cuando los padres llegan tarde de trabajar, aprenden a dormir antes para despertar y esperarlos. Yo creo incluso que debemos tener la flexibilidad necesaria para asegurarnos el contacto real de los padres con los hijos”.

La familia mexicana
De otras maneras ha cambiado también el “ambiente familiar” en nuestro país.
Un estudio sobre los valores dentro de la familia mexicana realizado en 2005 por el Consejo de la Comunicación (CC), reveló que la institución familiar en México genera en sus miembros valores comunes, como sencillez, solidaridad, trabajo y esfuerzo, así como el resguardo de las tradiciones.
Asegura el estudio se trata de la clase de familia que favorece el apoyo, la unión, la entrega, el amor y la alegría tanto en los momentos positivos como en los adversos. Sin embargo, no favorece la disciplina, ni una actitud de aceptación del éxito, pues con frecuencia refuerza una visión conformista, insegura y a veces sumisa.
También reveló que a las familias en México no son devotas de valores como la honestidad, el deseo de superación y las normas comunes como la puntualidad.
Positivamente, se puede apuntar que ha dejado gradualmente de ser tan represiva, pues se ha entendido, como escribió recientemente François de Singly, profesor de la Sorbona, que “el objetivo de la familia no es tanto producir seres obedientes, sometidos a la jerarquía familiar y social, como crear un ambiente en el cual chicos y grandes se sientan reconocidos como ‘personas’ originales”.
El grupo familiar en occidente, dice De Singly, se caracteriza ahora por “cierta igualdad de tratamiento, lo cual es una novedad histórica”.
No obstante, en la familia mexicana también se reconoce la existencia de relaciones opresivas o fiscalizadoras que no fomentan el desarrollo personal y estereotipos en contra de la educación y el desarrollo profesional de la mujer.

A prueba de crisis
De entre las fuerzas sociales que coaccionan y condicionan a la familia, son las fuerzas económicas, fundamentalmente, las más determinantes, apunta Gutiérrez.
La actual crisis financiera, dice, es una crisis coyuntural, “no es una crisis de estructuras que nos obligue a tomar nuevas formas de familia, pero la familia va a tener que adaptarse a los nuevos tiempos que se generarán con estas crisis. Las familias menos golpeadas serán más funcionales. Las más lastimadas son las familias cuyo equilibrio es precario, es decir, las familias disfuncionales”.
Pero como escribiera René Galarza, “las inclemencias del tiempo pueden destruir una casa, pero sólo el hombre puede destruir un hogar”. De ahí que, apunta el psicoanalista, “es tan importante tener equilibrio adentro de la familia, porque es nuestra guarida, nuestro refugio, el lugar donde nos reconstituimos, y podemos descansar para seguir afrontando la lucha diaria”.
En épocas donde las preocupaciones llueven, la familia tiene la absoluta capacidad de aliviar o generar más angustia.
“Cuando el hombre que acaba de ser desempleado llega a su casa y la mujer está exigiéndole el dinero, hay una doble presión. La presión siempre provoca fricción y esa fricción provoca enfrentamientos dentro de la familia.
“Entonces empieza un círculo vicioso que hace que las condiciones se agudicen, si la persona iba a descansar a su casa, se sale de su casa y se va a tomar, por ejemplo, o se queda en la casa a ver televisión, se hunde en la televisión y ya no hace caso a los hijos”.
Se necesita entonces, dice, “que distingamos los problemas externos de los internos. Los problemas externos sólo van a explotar los problemas internos”, pues las familias que saldrán airosas del oscuro panorama, sentencia, serán las que logren unirse.
Finalmente, no hay mal que dure 100 años. Tiempos mejores y peores irán y vendrán y sin duda, la familia, como el ente vivo que es, seguirá transformándose con ellos.


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