En exclusiva para AG Mazine, Manuel Velandia reflexiona sobre el matrimonio, las relaciones de pareja y los temores que lesbianas y homosexuales cuando por fin creen haberla conseguido.
A muchos homosexuales y lesbianas, luego de la aprobación del matrimonio en España y de que se haya logrado en algunos países el reconocimiento de ciertos derechos civiles a las parejas del mismo sexo, les sigue dando vueltas en su cabeza la idea del matrimonio. Por supuesto mi reflexión no está relacionada con que estoy en desacuerdo con estos derechos, dado que yo mismo he luchado por ello; apoyé la escritura en 1998 del primer proyecto de ley sobre el tema presentado al Senado en Colombia, de proyectos posteriores e incluso estuve en el Senado defendiendo la propuesta.
Creo que la gran pregunta que surge del matrimonio, es si vale la pena el esfuerzo. Un contrato nupcial en una pareja del mismo sexo se torna difícil, ya que los dos hombres son los machos príncipes de la telenovela o las dos lesbianas son las princesas fucsia del cuento. Y como príncipes o princesas, cada uno/a busca en el otro o la otra, aquel caballero andante o princesa encantada que se ciña al modelo propio de perfección, que solo existe en su propia mente.
Cuando pasan los días, los meses o hasta los años, y descubrimos que ese príncipe no era tan azul como creíamos, nos encontramos con que el hombre o la mujer de nuestros sueños, en la mayoría de los casos, sólo vive ahí, en nuestra fantasía. Un príncipe o una princesa teñido/a a la fuerza es alguien que ha dejado de ser él/ella mismo para ser aquello que yo deseo que sea, o en algunos casos, aquello que yo le obligué a ser. En este caso el hombre o la mujer con quien nos relacionamos es una farsa, una mentira que nosotros mismos/as hemos creado.
Sería mejor que nuestro príncipe o princesa sea verde o morada desde el principio, a que un día, en una reunión con unos amigos, el hombre “salte” y confirmemos aquello que nos temíamos, que era un sapo. Y para completar la tragedia, que es uno de aquellos batracios que son venenosos, o que ella es una bruja y de las peores.
Nuestro príncipe no es azul cielo y si los es, habría que desconfiar porque probablemente es un tormentoso nubarrón.
Cuando no se tiene pareja, hacemos hasta lo imposible por encontrarla. No obstante, siempre he pensado que la mejor manera de dar con una, es no buscarla. Si estamos a la expectativa, todo aquel/aquella que se nos pase por delante y a veces por detrás, nos parece una elección viable, así que hacemos el intento de construir una relación esperando que funcione, el problema está en que se nos va la vida intento tras intento.
En el momento que no estamos a la caza somos algo más serenos/as y podemos observar la realidad con detenimiento, e inclusive disfrutar el encuentro con el otro o la otra, de tal manera que si la cosa no avanza como quisiéramos, pues no importa, por lo menos la prueba fue divertida.
En aquel tiempo en que conocí a quien hoy es mi novio llevaba algo menos de un año acompañado de mi mismo, y para mi era inminente la necesidad de tener alguien con quien compartir. Creo que lo primero que me llamó la atención de él fue que no era un símbolo sexual, después me permití oír su interés en tener una pareja estable… quiero decir que esta aseveración dicha por un hombre me transmite ciertas dudas, ya que la experiencia me demuestra que la mayoría de los hombres quieren tenerla, pero que hacen lo posible para perderla. Inclusive algunos son tan estables que pueden sostener dos y tres relaciones estables a la vez, así que me dije a mí mismo que esta era una buena razón, pero no suficiente para hacer de ella una causa.
Probablemente lo que más me atrajo no fue su manera de hacer el amor, sus detalles, sus dos o tres llamadas de todos los días, su manera de lograr interesarse por mis asuntos sino su interés de conservar su autonomía. El mayor atractivo de un hombre, para mi, es precisamente que tenga vida propia, es decir, que tenga amigos propios que no se sientan obligados a ser amigos de la pareja, que sean mutuamente abiertos a compartir los amigos, no porque toca, sino porque genuinamente descubrimos en ellos y ellas nuestros propios intereses y expectativas.
Tener vida propia es igualmente tener un trabajo que le llene, metas claras a corto, mediano y largo plazo, y no tener que cambiarlas porque las del otro parecen ir en sentido contrario; es poder continuar haciendo lo que tanto te gusta sin tener que dejar de hacerlo porque al otro no le gusta.
Disfrutar de una vida propia significa entender y aceptar que la persona a quien se ama desea compartir muchos momentos contigo. Ello no quiere decir sacrificarse, sino descubrir que estar juntos es lo mejor que le puede pasar a cada uno. Lo más importante de una relación no es la pareja, soy yo mismo. Si no soy pleno, si no soy feliz, entonces no puedo disfrutar de una relación plena y satisfactoria. Decidir vincularse afectiva, erótica, genital y emocionalmente con alguien no significa transgredir los intereses particulares sino contar con apoyo mutuo para encontrar las metas individuales de cada uno.
Sospecho que como todos los hombres y mujeres, yo también tengo la contradicción entre la necesidad de gozar de una agradable compañía y estar solo, así que una relación implica no siempre tener la posibilidad de gozar del tiempo para sí mismo, así sea para oír tu música, leer un poco, ver la televisión, visitar a tu familia o simplemente para patinar, caminar, ir al teatro.
Considero que a muchas parejas las acaba la monotonía porque permiten que su vida se llene de rutinas compartidas. En necesario darse tiempo para que en los momentos más inesperados y saliendo de la rutina, salgamos a comer juntos, ir al cine o tener un detalle de ternura, una palabra amable, escribirle un poema, dedicarle una canción, regalarle un chocolate o hacer algo por el otro que no nos apetece hacer, como por ejemplo llevar su ropa a la lavandería, atreverse a practicar un deporte que poco nos interesa o a preparar un plato cuando estamos seguros que la cocina no nos gusta; recordando que hacer estas cosas más que un compromiso o un “quedar bien con el otro o la otra”, es más cuestión de descubrir aquellos matices que pueden volver nuestra vida más completa y rica nuestra vida conjunta.
Cada uno de los miembros de la pareja debe aportar un porcentaje similar de su capital a la economía conjunta logrando así que sean equitativos los gastos que se susciten de la convivencia.
Ah, y en cuanto a las diferencias que parecen irreconciliables, como la pasión por el determinada música de uno y el desamor de ésta por el otro/la otra, es cuestión de que cada uno/a respete el gusto ajeno y decidir en conjunto los turnos en que cada uno/a va a usar el equipo de sonido. Es más fácil compartir y tolerar que amargar y discutir.
Por supuesto, como a todos los homosexuales y lesbianas que aman a su pareja o que están pensando establecer una relación, me preocupan muchas cosas; por ejemplo, que sí yo fallezco él no pueda heredar mis cosas. Mi seguridad económica y la de mi pareja es una de las razones por las que no soy un marica en el closet. Mi familia tiene claro que si yo muero él más que nadie tiene derecho a una muy buena parte de lo que me pertenece; en mi compañía de seguros saben que él es mi beneficiario, y sobre todo, él sabe que el es el dueño de sus cosas, que si deseamos compartirlas no es porque al vincularnos hicimos la inversión económica más rentable sino la decisión afectiva más importante de nuestras vidas.
Igualmente me preocupa lo que sucede en otras parejas en otros países del mundo, en los que por ejemplo no se tiene el derecho a ser cubierto por la seguridad social y familiar, como sucede en la gran inmensa mayoría.
La ventaja de compartir con un alguien es que la persona reconozca que no es “de” nadie sino de sí misma, que quien debe velar por el/ella es el/ella mismo/a, que su salud depende de su autocuidado, y que sus logros no dependan de la economía de la pareja, sino de la propia.
Tal vez una de las ventajas de ser marica o bollera es que serlo nos enseña que las cosas del amor no son como generalmente se piensan, y que existen muchas formas de ser felices y de crecer sin arrastrar a las demás personas al abismo de nuestras ambiciones individuales. Nos debería preocupar más poder construir espacios, situaciones de convivencia, sin entenderlos como un sacrificio por el otro o la otra, sino como la posibilidad de ser dichosos/as en las vivencias que nos son comunes.
Creo que la gran pregunta que surge del matrimonio, es si vale la pena el esfuerzo. Un contrato nupcial en una pareja del mismo sexo se torna difícil, ya que los dos hombres son los machos príncipes de la telenovela o las dos lesbianas son las princesas fucsia del cuento. Y como príncipes o princesas, cada uno/a busca en el otro o la otra, aquel caballero andante o princesa encantada que se ciña al modelo propio de perfección, que solo existe en su propia mente.
Cuando pasan los días, los meses o hasta los años, y descubrimos que ese príncipe no era tan azul como creíamos, nos encontramos con que el hombre o la mujer de nuestros sueños, en la mayoría de los casos, sólo vive ahí, en nuestra fantasía. Un príncipe o una princesa teñido/a a la fuerza es alguien que ha dejado de ser él/ella mismo para ser aquello que yo deseo que sea, o en algunos casos, aquello que yo le obligué a ser. En este caso el hombre o la mujer con quien nos relacionamos es una farsa, una mentira que nosotros mismos/as hemos creado.
Sería mejor que nuestro príncipe o princesa sea verde o morada desde el principio, a que un día, en una reunión con unos amigos, el hombre “salte” y confirmemos aquello que nos temíamos, que era un sapo. Y para completar la tragedia, que es uno de aquellos batracios que son venenosos, o que ella es una bruja y de las peores.
Nuestro príncipe no es azul cielo y si los es, habría que desconfiar porque probablemente es un tormentoso nubarrón.
Cuando no se tiene pareja, hacemos hasta lo imposible por encontrarla. No obstante, siempre he pensado que la mejor manera de dar con una, es no buscarla. Si estamos a la expectativa, todo aquel/aquella que se nos pase por delante y a veces por detrás, nos parece una elección viable, así que hacemos el intento de construir una relación esperando que funcione, el problema está en que se nos va la vida intento tras intento.
En el momento que no estamos a la caza somos algo más serenos/as y podemos observar la realidad con detenimiento, e inclusive disfrutar el encuentro con el otro o la otra, de tal manera que si la cosa no avanza como quisiéramos, pues no importa, por lo menos la prueba fue divertida.
En aquel tiempo en que conocí a quien hoy es mi novio llevaba algo menos de un año acompañado de mi mismo, y para mi era inminente la necesidad de tener alguien con quien compartir. Creo que lo primero que me llamó la atención de él fue que no era un símbolo sexual, después me permití oír su interés en tener una pareja estable… quiero decir que esta aseveración dicha por un hombre me transmite ciertas dudas, ya que la experiencia me demuestra que la mayoría de los hombres quieren tenerla, pero que hacen lo posible para perderla. Inclusive algunos son tan estables que pueden sostener dos y tres relaciones estables a la vez, así que me dije a mí mismo que esta era una buena razón, pero no suficiente para hacer de ella una causa.
Probablemente lo que más me atrajo no fue su manera de hacer el amor, sus detalles, sus dos o tres llamadas de todos los días, su manera de lograr interesarse por mis asuntos sino su interés de conservar su autonomía. El mayor atractivo de un hombre, para mi, es precisamente que tenga vida propia, es decir, que tenga amigos propios que no se sientan obligados a ser amigos de la pareja, que sean mutuamente abiertos a compartir los amigos, no porque toca, sino porque genuinamente descubrimos en ellos y ellas nuestros propios intereses y expectativas.
Tener vida propia es igualmente tener un trabajo que le llene, metas claras a corto, mediano y largo plazo, y no tener que cambiarlas porque las del otro parecen ir en sentido contrario; es poder continuar haciendo lo que tanto te gusta sin tener que dejar de hacerlo porque al otro no le gusta.
Disfrutar de una vida propia significa entender y aceptar que la persona a quien se ama desea compartir muchos momentos contigo. Ello no quiere decir sacrificarse, sino descubrir que estar juntos es lo mejor que le puede pasar a cada uno. Lo más importante de una relación no es la pareja, soy yo mismo. Si no soy pleno, si no soy feliz, entonces no puedo disfrutar de una relación plena y satisfactoria. Decidir vincularse afectiva, erótica, genital y emocionalmente con alguien no significa transgredir los intereses particulares sino contar con apoyo mutuo para encontrar las metas individuales de cada uno.
Sospecho que como todos los hombres y mujeres, yo también tengo la contradicción entre la necesidad de gozar de una agradable compañía y estar solo, así que una relación implica no siempre tener la posibilidad de gozar del tiempo para sí mismo, así sea para oír tu música, leer un poco, ver la televisión, visitar a tu familia o simplemente para patinar, caminar, ir al teatro.
Considero que a muchas parejas las acaba la monotonía porque permiten que su vida se llene de rutinas compartidas. En necesario darse tiempo para que en los momentos más inesperados y saliendo de la rutina, salgamos a comer juntos, ir al cine o tener un detalle de ternura, una palabra amable, escribirle un poema, dedicarle una canción, regalarle un chocolate o hacer algo por el otro que no nos apetece hacer, como por ejemplo llevar su ropa a la lavandería, atreverse a practicar un deporte que poco nos interesa o a preparar un plato cuando estamos seguros que la cocina no nos gusta; recordando que hacer estas cosas más que un compromiso o un “quedar bien con el otro o la otra”, es más cuestión de descubrir aquellos matices que pueden volver nuestra vida más completa y rica nuestra vida conjunta.
Cada uno de los miembros de la pareja debe aportar un porcentaje similar de su capital a la economía conjunta logrando así que sean equitativos los gastos que se susciten de la convivencia.
Ah, y en cuanto a las diferencias que parecen irreconciliables, como la pasión por el determinada música de uno y el desamor de ésta por el otro/la otra, es cuestión de que cada uno/a respete el gusto ajeno y decidir en conjunto los turnos en que cada uno/a va a usar el equipo de sonido. Es más fácil compartir y tolerar que amargar y discutir.
Por supuesto, como a todos los homosexuales y lesbianas que aman a su pareja o que están pensando establecer una relación, me preocupan muchas cosas; por ejemplo, que sí yo fallezco él no pueda heredar mis cosas. Mi seguridad económica y la de mi pareja es una de las razones por las que no soy un marica en el closet. Mi familia tiene claro que si yo muero él más que nadie tiene derecho a una muy buena parte de lo que me pertenece; en mi compañía de seguros saben que él es mi beneficiario, y sobre todo, él sabe que el es el dueño de sus cosas, que si deseamos compartirlas no es porque al vincularnos hicimos la inversión económica más rentable sino la decisión afectiva más importante de nuestras vidas.
Igualmente me preocupa lo que sucede en otras parejas en otros países del mundo, en los que por ejemplo no se tiene el derecho a ser cubierto por la seguridad social y familiar, como sucede en la gran inmensa mayoría.
La ventaja de compartir con un alguien es que la persona reconozca que no es “de” nadie sino de sí misma, que quien debe velar por el/ella es el/ella mismo/a, que su salud depende de su autocuidado, y que sus logros no dependan de la economía de la pareja, sino de la propia.
Tal vez una de las ventajas de ser marica o bollera es que serlo nos enseña que las cosas del amor no son como generalmente se piensan, y que existen muchas formas de ser felices y de crecer sin arrastrar a las demás personas al abismo de nuestras ambiciones individuales. Nos debería preocupar más poder construir espacios, situaciones de convivencia, sin entenderlos como un sacrificio por el otro o la otra, sino como la posibilidad de ser dichosos/as en las vivencias que nos son comunes.
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