El avance de los derechos civiles en varios países pone en jaque a la Real Academia Española.
Cada vez que en algún país de habla hispana comienza a debatirse la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, el discurso de quienes se oponen a la igualdad de derechos suele apelar a un menú fijo de argumentos. Uno de esos lugares comunes es que el diccionario de la Real Academia Española define al matrimonio como la “unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales”. Pero tarde o temprano tenía que pasar: el avance de los derechos civiles en varios países –y principalmente en el propio– ha puesto a la RAE en un brete. En España conviven varias lenguas, aunque el castellano sea el idioma oficial, y han sido los valencianos y los catalanes quienes han dado el primer paso. El Institut d’Estudis Catalans (IEC) aprobó cambiar la antigua defición de matrimonio, “unión legítima entre un hombre y una mujer”, por “unión legítima entre dos personas que se comprometen a llevar una vida en común establecida mediante ritos o formalidades legales”. A su vez, el nuevo borrador del Diccionari Normatiu Valencià, que edita la Acadèmia Valenciana de la Llengua, lo definirá como “unión legal de dos personas de sexo diferente y, en algunos países, del mismo sexo”. En este último caso, si bien el borrador aún precisa pasar por una revisión final de la Sección Lexicográfica, el académico y secretario de la Comisión del Diccionari, Rafael Alemany, aseguró que el cambio aprobado “no generó debate ni polémica alguna en el seno de la AVL”.La Federación Estatal de Lesbianas, Gays y Transexuales (FELGT) de España comenzó una campaña para reclamar a la RAE que reconozca, en la próxima edición del Diccionario de la Lengua Española (castellano), una nueva definición de matrimonio que tenga en cuenta los cambios legales que se han dado en España y otros lugares del mundo. “Al final, la RAE acabará cediendo, porque la ley española de matrimonios gays está teniendo un efecto dominó en Latinoamérica y varios países ya están debatiendo normas similares”, vaticinó el presidente de la FELGT, Antonio Poveda.UN POCO DE LINGÜÍSTICA. Antiguamente se creía que la lengua era una mera nomenclatura, es decir, que había cosas que preexistían a las palabras y que éstas, simplemente, les daban nombre a aquéllas. Pero a principios del siglo pasado, Ferdinand de Saussure se encargó de refutar este concepto. En su Curso de lingüística general, editado a partir de los apuntes de dos de sus alumnos de la Universidad de Ginebra, Saussure explica que lo que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, sino una imagen acústica (simplificando, nuestra memoria del sonido de las palabras) y un concepto. Como explica el profesor José Luis Fiorin, de la Universidad de San Pablo, “las palabras crean conceptos y esos conceptos ordenan la realidad, categorizan el mundo. Las palabras forman un sistema autónomo que es independiente de lo que nombran, lo que significa que cada lengua puede categorizar el mundo de forma diversa”. Un buen ejemplo de este razonamiento son los colores: hablando en español, la bandera argentina es celeste y blanca y la nicaragüense, azul y blanca. Un brasileño, sin embargo, diría que ambas usan los colores “azul e branco”, porque la palabra “azul”, en portugués, incluye nuestro “celeste”. Eso no significa que quienes hablan esa lengua vean diferente, sino que clasifican diferente. Por eso, Saussure dice que “el punto de vista crea el objeto”. Una de las consecuencias de esa tesis es que las lenguas, como productos sociales, cambian. Las lenguas cambian porque cambian las necesidades de los hablantes y las sociedades de las que forman parte, y uno de los tantos cambios que pueden sufrir es el que se da en la semántica: cuando decimos “ciudadano”, la imagen acústica puede ser la misma (o muy parecida) que cuando lo decía un habitante de la Buenos Aires de 1810, pero el concepto es evidentemente otro. Si nuestro concepto de matrimonio cambia, cambiará el significado que le atribuiremos a esa palabra: lo que hoy entendemos por matrimonio tiene poco que ver con lo que se entendía hace cien, quinientos o mil años. EL HUEVO O LA GALLINA. “Se plantea una oposición etimológica, que pretende que las instituciones jurídicas son esclavas de las palabras que las definen y que trazando la genealogía de una palabra o su etimología podemos encerrar un concepto hasta el punto de hacerlo completamente inválido para su modificación (...) La patria potestad hoy es perfectamente predicable de las mujeres porque no ha hecho falta cambiar la etimología de la palabra para introducir esa acuñación lexicológica que sería la matria potestad”, sostuvo durante el debate de la ley de matrimonio homosexual el entonces ministro de Justicia de España, Juan F. López Aguilar. Lo que parecía estar en discusión era si los diputados debían respetar las decisiones de los filólogos de la RAE, a quienes la derecha posfranquista y la Iglesia parecían querer atribuirles facultades legislativas. Las cosas, sin embargo, se han dado siempre al revés: los diccionarios no hacen más que recoger –muchas veces tarde– los cambios que ya se produjeron en la lengua. Las miles de parejas homosexuales que se casaron ya en España no necesitaron esperar los nuevos diccionarios para contraer matrimonio y llamarlo así, y el hecho de que esa palabra, en la ley y en la lengua que ya se habla, las incluya, hace inevitable que tarde o temprano los diccionarios se den por enterados. Es lo que está comenzando a pasar. “No tenemos que ser esclavos ni de etimologías ni de determinadas costumbres que pueden haberse superado”, aseguró el presidente de la Sección Filológica del Institut d’Estudis Catalans, Joan Martí, al anunciar las reformas al diccionario catalán, y agregó que tuvieron en cuenta “la nueva situación real y la nueva legislación”. El académico también cuestionó a quienes se atan al concepto de maternidad que etimológicamente contiene el término matrimonio, ya que, si ese razonamiento se extendiera, “se debería llegar a la conclusión de que todo matrimonio que, por los motivos que sea, no puede engendrar es un matrimonio frustrado, lo cual sería una interpretación incorrecta”. Cuando algunos miembros de la RAE salieron en defensa de la concepción tradicional de matrimonio durante el debate de la ley española, la entonces presidenta de la FELGT, Beatriz Gimeno, había afirmado que “serán los diccionarios los que tengan que ir adaptándose a las nuevas realidades y nos las realidades a los diccionarios”. Las decisiones de las academias catalana y valenciana y el debate abierto ahora en la Real Academia Española parecen indicar que la predicción de Gimeno se encamina a convertirse en realidad.En Portugal y Suecia pronto será leyEl primer ministro de Portugal y líder del Partido Socialista, José Sócrates, se comprometió públicamente a apoyar el proyecto de ley de matrimonio gay si gana las elecciones legislativas de finales de este año. La iniciativa había sido rechazada recientemente por el parlamento portugués y en ese momento Sócrates se había negado a darle su respaldo, argumentando que no había formado parte de sus propuestas de campaña. Ahora, de cara a las próximas elecciones, Sócrates decidió incluir el matrimonio gay en su programa y afirmó que quiere “eliminar una discriminación histórica que no honra a una sociedad abierta”.En Suecia, por su parte, la aprobación de la ley de matrimonio homosexual, que cuenta con el apoyo del primer ministro Freik Reinfeldt, está prevista para mayo de este año. Además del cambio en la legislación civil, la iglesia luterana de ese país, que actualmente otorga una bendición a las uniones civiles, comenzará también a celebrar matrimonios religiosos entre personas del mismo sexo.