Anda suelto por ahí un psiquiatra muy atildado y más facha que el que inventó el electroshock para gays, lesbianas, bisexuales y transexuales.
El tal psiquiatra escribe unos libros absurdos que se venden bastante porque los compra todo el facherío nacional, incluido el facherío homosexual y bisexual, que es una cosa que existe, aunque sea más absurda aún que las obras que perpetra ese señor.
El tal señor sale por televisión de vez en cuando, exhibiendo sus modales supuestamente refinados, y suelta sin parar teorías grotescas sobre asuntos emocionales, y opiniones ridículas sobre todo lo habido y por haber.
También le hacen en la prensa escrita, incluso en la más estirada, entrevistas que le procura el departamento de comunicación de la editorial que le publica esos engendros seudocientíficos, y entonces, claro, también suelta montones de majaderías. La última majadería que ha dicho es: “Todos los homosexuales tienen una disfunción psíquica”.
Nuestro eminente psiquiatra sustenta su teoría sobre el desajuste psíquico impepinable de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales en su práctica como psiquiatra y en el conocimiento de sus pacientes. Eso dice él.
Cabe suponer que nuestro eminente psiquiatra no solo mortifica con su sabiduría médica a gays, lesbianas, bisexuales y transexuales, sino que se ceba también en pacientes heterosexuales.
Como es lógico, todos sus pacientes heterosexuales padecen algún problema mental o anímico, porque de lo contrario no acudirían a un psiquiatra, aunque la verdad es que hay que estar particularmente loco para elegir un psiquiatra como el héroe de nuestra historia. No obstante, a nuestro eminente psiquiatra no se le ocurre deducir del conocimiento de sus pacientes heterosexuales con algún problema mental o emocional que ‘todos’ los heterosexuales tienen una disfunción psíquica.
Esa generalización atrabiliaria queda para los maricas, las bolleras, los viciosos que hacen a pelo y a pluma y los degenerados caprichosos que se emperran en cambiar de sexo. Desde luego, nuestra eminencia en psiquiatría no utilizará jamás en público las palabras que acabo de escribir, pero no tengáis la menor duda de que así es como nos califica para sus adentros. Nuestro eminente psiquiatra no es solo un carca semimomificado y un homófobo repugnante, sino un verdadero peligro público.
A nuestra eminencia en psiquiatría no se le ocurre que, si ha habido y sigue habiendo gays, lesbianas, bisexuales y transexuales con conflictos del alma no es porque ser homosexual lleve incorporada una pieza mental defectuosa o una emotividad enfermiza, sino porque han tenido que sufrir, y todavía sufren en muchos casos, el desprecio, la injuria, la marginación, la discriminación, la persecución, el castigo.
Los que están enfermos no son esos homosexuales, esos bisexuales, esos transexuales agobiados, desesperados, confundidos a los que él trata, o mejor dicho, maltrata: los que están enfermos son quienes les han injuriado, despreciado, marginado, discriminado, perseguido, castigado, y aún lo siguen haciendo en demasiados lugares, con demasiada frecuencia. Entre ellos, nuestro eminente psiquiatra. Nuestro eminente psiquiatra debería pensarlo un poco y, si le queda un poco de honradez intelectual, debería ponerse delante de un espejo, mirarse a los ojos y decirse: “El que tiene una disfunción psíquica de mucho calibre soy yo”.
Claro que a lo mejor habría que considerar un privilegio el que alguien tan mostrenco, tan cursi y tan antiguo como nuestro eminente psiquiatra se proponga estigmatizarnos como portadores de una disfunción psíquica.
¿Qué es para él una disfunción psíquica? Quizás, las ganas de vivir a pesar de todo. Las ganas de olvidar el miedo, la vergüenza, el sentimiento de culpabilidad, la resignación, el ocultamiento y la soledad.
El valor para reclamar la dignidad, el respeto, la igualdad y la palabra. Quizás, para nuestro eminente psiquiatra, sea prueba irrefutable de desvarío la gallardía para plantarle cara a quienes piensan –como él– que es oscuro y peligroso amar fuera de los viejos dogmas castradores.
Quizás, para él, sea prueba clamorosa de desatino follar con absoluta libertad con quien a uno o a una le guste, divertirse sin miedo a que los casposos bienintencionados nos acusen de dañar la respetabilidad de los homosexuales que ellos consideran dignos, utilizar la imaginación y la frivolidad a favor de la supervivencia y en contra de la memoria dolorida que todos compartimos, hablar sin remilgos, vestir sin corsés –bueno, o con un corsé divino de la muerte–, celebrar una vez al año y sin miramientos de ninguna clase el Orgullo Gay, y exigir sin desmayos, una y otra vez, ir cada vez más lejos en nuestro afán de visibilidad y de reconocimiento.
La verdad: si todo eso fuera origen o consecuencia de cierta disfunción psíquica, bendita sea la dichosa disfunción.
Sigamos enloqueciendo a diario. Sigamos rompiendo moldes, mirando hacia adelante, adornando la vida, poniéndole jolgorio y fantasía a nuestras efemérides, dando testimonio de lo que somos, inventando el mundo.
No hay que quedarse en eso, naturalmente: la cultura, la solidaridad, el compromiso, el respeto a todos –salvo a los que nos ofenden, como nuestro eminente psiquiatra– deben estar siempre entre nuestras primeras obligaciones. Pero que nadie nos afee, nos reproche, nos cure, nos mutile nuestro feliz ramalazo de locura.
EDUARDO MENDICUTTI ES ESCRITOR. SU ULTIMA OBRA PUBLICADA ES LA NOVELA GANAS DE HABLAR (TUSQUETS EDITORES)
El tal psiquiatra escribe unos libros absurdos que se venden bastante porque los compra todo el facherío nacional, incluido el facherío homosexual y bisexual, que es una cosa que existe, aunque sea más absurda aún que las obras que perpetra ese señor.
El tal señor sale por televisión de vez en cuando, exhibiendo sus modales supuestamente refinados, y suelta sin parar teorías grotescas sobre asuntos emocionales, y opiniones ridículas sobre todo lo habido y por haber.
También le hacen en la prensa escrita, incluso en la más estirada, entrevistas que le procura el departamento de comunicación de la editorial que le publica esos engendros seudocientíficos, y entonces, claro, también suelta montones de majaderías. La última majadería que ha dicho es: “Todos los homosexuales tienen una disfunción psíquica”.
Nuestro eminente psiquiatra sustenta su teoría sobre el desajuste psíquico impepinable de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales en su práctica como psiquiatra y en el conocimiento de sus pacientes. Eso dice él.
Cabe suponer que nuestro eminente psiquiatra no solo mortifica con su sabiduría médica a gays, lesbianas, bisexuales y transexuales, sino que se ceba también en pacientes heterosexuales.
Como es lógico, todos sus pacientes heterosexuales padecen algún problema mental o anímico, porque de lo contrario no acudirían a un psiquiatra, aunque la verdad es que hay que estar particularmente loco para elegir un psiquiatra como el héroe de nuestra historia. No obstante, a nuestro eminente psiquiatra no se le ocurre deducir del conocimiento de sus pacientes heterosexuales con algún problema mental o emocional que ‘todos’ los heterosexuales tienen una disfunción psíquica.
Esa generalización atrabiliaria queda para los maricas, las bolleras, los viciosos que hacen a pelo y a pluma y los degenerados caprichosos que se emperran en cambiar de sexo. Desde luego, nuestra eminencia en psiquiatría no utilizará jamás en público las palabras que acabo de escribir, pero no tengáis la menor duda de que así es como nos califica para sus adentros. Nuestro eminente psiquiatra no es solo un carca semimomificado y un homófobo repugnante, sino un verdadero peligro público.
A nuestra eminencia en psiquiatría no se le ocurre que, si ha habido y sigue habiendo gays, lesbianas, bisexuales y transexuales con conflictos del alma no es porque ser homosexual lleve incorporada una pieza mental defectuosa o una emotividad enfermiza, sino porque han tenido que sufrir, y todavía sufren en muchos casos, el desprecio, la injuria, la marginación, la discriminación, la persecución, el castigo.
Los que están enfermos no son esos homosexuales, esos bisexuales, esos transexuales agobiados, desesperados, confundidos a los que él trata, o mejor dicho, maltrata: los que están enfermos son quienes les han injuriado, despreciado, marginado, discriminado, perseguido, castigado, y aún lo siguen haciendo en demasiados lugares, con demasiada frecuencia. Entre ellos, nuestro eminente psiquiatra. Nuestro eminente psiquiatra debería pensarlo un poco y, si le queda un poco de honradez intelectual, debería ponerse delante de un espejo, mirarse a los ojos y decirse: “El que tiene una disfunción psíquica de mucho calibre soy yo”.
Claro que a lo mejor habría que considerar un privilegio el que alguien tan mostrenco, tan cursi y tan antiguo como nuestro eminente psiquiatra se proponga estigmatizarnos como portadores de una disfunción psíquica.
¿Qué es para él una disfunción psíquica? Quizás, las ganas de vivir a pesar de todo. Las ganas de olvidar el miedo, la vergüenza, el sentimiento de culpabilidad, la resignación, el ocultamiento y la soledad.
El valor para reclamar la dignidad, el respeto, la igualdad y la palabra. Quizás, para nuestro eminente psiquiatra, sea prueba irrefutable de desvarío la gallardía para plantarle cara a quienes piensan –como él– que es oscuro y peligroso amar fuera de los viejos dogmas castradores.
Quizás, para él, sea prueba clamorosa de desatino follar con absoluta libertad con quien a uno o a una le guste, divertirse sin miedo a que los casposos bienintencionados nos acusen de dañar la respetabilidad de los homosexuales que ellos consideran dignos, utilizar la imaginación y la frivolidad a favor de la supervivencia y en contra de la memoria dolorida que todos compartimos, hablar sin remilgos, vestir sin corsés –bueno, o con un corsé divino de la muerte–, celebrar una vez al año y sin miramientos de ninguna clase el Orgullo Gay, y exigir sin desmayos, una y otra vez, ir cada vez más lejos en nuestro afán de visibilidad y de reconocimiento.
La verdad: si todo eso fuera origen o consecuencia de cierta disfunción psíquica, bendita sea la dichosa disfunción.
Sigamos enloqueciendo a diario. Sigamos rompiendo moldes, mirando hacia adelante, adornando la vida, poniéndole jolgorio y fantasía a nuestras efemérides, dando testimonio de lo que somos, inventando el mundo.
No hay que quedarse en eso, naturalmente: la cultura, la solidaridad, el compromiso, el respeto a todos –salvo a los que nos ofenden, como nuestro eminente psiquiatra– deben estar siempre entre nuestras primeras obligaciones. Pero que nadie nos afee, nos reproche, nos cure, nos mutile nuestro feliz ramalazo de locura.
EDUARDO MENDICUTTI ES ESCRITOR. SU ULTIMA OBRA PUBLICADA ES LA NOVELA GANAS DE HABLAR (TUSQUETS EDITORES)
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