En el colegio soy lo que soy, en casa todavía no. Francisco, Priscila y otros dos alumnos que integran la movida aún no revelaron ante sus padres su identidad sexual. Por eso pidieron no dar la cara para esta nota.
Por primera vez en una escuela argentina alumnos gays y trans se organizan en una comisión de diversidad con el respaldo de la rectora!
Él tiene 17 años y es transgénero. En casa lo llaman con nombre de mujer, pero en la escuela se presenta como varón. Tardó en saber qué significaba ser transgénero, pero ahora quiere iniciar los tratamientos con hormonas. Sabe que ni bien cumpla los 18, papá y mamá no podrán impedirlo.Ella tiene 18 y es lesbiana. Lo sabe desde chica, pero nunca lo habló con sus padres, una pareja de inmigrantes coreanos muy cristiana y conservadora. “Jamás lo aceptarían, sería una tragedia para ellos”, dice.En 2008, ambos decidieron dar un paso inédito en la historia del Colegio Nacional de Buenos Aires, uno de los más tradicionales de la Argentina: crearon una “comisión de diversidad” en el centro de estudiantes. Es la primera experiencia de este tipo en el país. La rectora, Virginia González Gass, los respalda y ya son varios los alumnos gays y lesbianas que se acercaron para participar.Él quiere que cuando pasan lista lo llamen Francisco. Ella quiere que cuando hablen de educación sexual se hable de todas las sexualidades y de todas las familias posibles. Ambos contaron a Crítica de la Argentina cómo es ser gay, lesbiana o transexual en una escuela secundaria porteña de comienzos del siglo XXI.FRANCISCO. “Un día les dije a mis viejos: ‘soy lesbiana’. Ellos me dijeron que no podía ser ‘eso’, que lo hacía para llamar la atención, y no se habló más. –¿Y cómo pasaste de “soy lesbiana” a “soy Francisco”?–De chico, me creía que era mujer, pero después no podía dormir pensando que iba a tener que usar pollera. Ya en esa época no era muy femenino. A los 14, empecé a buscar respuestas. Encontré páginas de internet sobre personas trans, que hablaban de la sensación de haber nacido en el cuerpo equivocado. Yo no me sentía así: a esa edad, el cuerpo no me importaba mucho. Hoy pienso que no nací en un cuerpo “equivocado”; nací como todo chico trans, que después tiene que construir su cuerpo. Pero en ese momento no lo entendía: tenía que ser una cosa o la otra, y como me gustó alguna chica pensé: “Debo de ser lesbiana”. Fue un primer momento de libertad. Pero después me fui masculinizando cada vez más. –¿Cómo reaccionaban los otros?–También empezaban a verme como un chico. En el colegio entraba al baño de mujeres y me decían que me había equivocado de baño. Me masculinicé tanto que la gente me miraba en el subte tratando de descubrir qué era. Fui identificándome cada vez más, hasta que me di cuenta de que era un chico trans.–¿Cómo manejaste ese cambio socialmente?–Mis compañeros me llaman con un sobrenombre neutro, pero los más amigos me dicen Francisco. Saben que si usan mi nombre legal los voy a mirar con cara de orto, así que llegamos a ese acuerdo. Mi familia no sabe nada, salvo un primo muy buena onda, y mis viejos usan mi nombre legal. Es feo, porque es como tener tres vidas diferentes: soy una chica heterosexual para algunas personas, una chica lesbiana para otras y un chico trans para los que me conocen bien. Estaría bueno tener una sola vida, la que yo quiero. Supongo que se va a ir dando. PRISCILA. “Mis viejos son coreanos y no leen diarios en español, así que no van a enterarse de esta nota”, dice, y se ríe.–¿Y cómo lo tomarían si supieran?–Ellos son súper tradicionales y cristianos, mi vieja reza todos los días, son como sacados del siglo XVII. Si supieran que soy lesbiana, llamarían a todos los pastores para exorcizarme o tratarían de obligarme a que me case con un tipo. Que sea lesbiana no está en sus planes.–¿Y cuáles son tus planes?–No contarles nunca. Es triste que no lleguen a conocerme, pero tengo amigas coreanas que se lo dijeron a sus padres y terminó todo mal. Yo quiero vivir libremente mi vida, aunque sea alejada de ellos. Ser feliz y que ellos también sean felices.–¿Cómo fue la salida del placard con tus compañeros del secundario?–Medio forzada, porque un chico encontró un cuaderno donde yo anotaba cosas personales, lo leyó con otros y empezó a correrse la bola de que yo era lesbiana. Después terminó todo bien, quizá porque hay muchos chicos gays en el grupo y eso influyó a todos. De hecho, la exploración está muy aceptada y muchos chicos ya “probaron” con ambos sexos.–¿Qué creés que piensan los chicos de tu edad sobre la homosexualidad?–En mi grupo, el tema está ya muy naturalizado. Con el matrimonio gay están todos de acuerdo, pero algunos dicen que no aceptan la adopción. Es por falta de información. Deberían explicarme a mí por qué piensan que yo no podría ser una buena mamá.La militancia. “Al principio, la idea era crear una comisión LGBT, pero la bautizamos Comisión de Diversidad porque nos pareció mejor ampliarla y trabajar con todas las diversidades”, dice Priscila. “Pero, hasta ahora, todas las actividades fueron de diversidad sexual”, aclara Francisco.Priscila había llegado a 5º año y lamentaba haberse sentido sola en su proceso de descubrimiento; decidió que había que hacer algo. Conversó con Francisco y convocaron a otros amigos gays y lesbianas. Más alumnos, lentamente, empiezan a acercarse. Francisco recorrió los cursos para convocar al Festival de Arte Queer que organizaron con la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans y a la presentación, planificada junto con el Área de Jóvenes de la CHA, de una guía para salir del armario. “Con los profesores no hubo problemas, y González Gass (la rectora) fue muy abierta”, cuentan. La primera actividad fue la proyección de la película La jaula de las locas (la remake con Robin Williams) y se presentaron en el foro de internet de la escuela.“Cuando pasé por las divisiones, algunos chicos se reían, pero seguro habría otros que se sentían identificados. A veces no sabía con qué nombre presentarme ante los que no me conocían. Andar explicándole mi identidad de género a todo el mundo es un bajón”, dice Francisco.Priscila quiere seguir participando como ex alumna y promover que lo mismo que ellos hicieron se haga en otras escuelas: “La educación sexual es muy importante, para acabar con la ignorancia y los prejuicios. Hay personas que ni saben lo que es una persona trans”.Francisco está comenzando el último año del secundario y, para después, duda entre sociología o antropología. Priscila ya egresó y quiere estudiar cine o fotografía, y también ingeniería ambiental. Ambos quieren seguir adelante con este espacio inédito que abrieron con más dudas que certezas. “Estoy orgullosa de lo que logramos”, dice Priscila. “Fue sólo el comienzo”, agrega Francisco.OPINIÓNJuvenilia del siglo XXINicolás Arata (Docente e investigador del CONICET / APPEAL-UBA)Una de las memorias escolares más prístinas que posee nuestro acervo literario es, sin lugar a dudas, Juvenilia. En sus páginas, Cané evoca una serie de estudiantinas que caracterizaron la vida cotidiana de los muchachos internos del Colegio Nacional hacia fines del siglo XIX. En sus páginas, la masculinidad se veía exultada en la hidalguía de Amadeo Jacques trenzado en apoteóticos combates con Corrales, un alumno poco predispuesto; en las batallas periódicas que enfrentaban a estudiantes porteños y provincianos; en los apodos que, con tanto ingenio como desprecio, los jóvenes porteños lanzaban contra los del interior. ¿Por qué habríamos de suponer que Juvenilia sería la excepción en un país proclive a imaginarse bajo el signo de antagonismos irreconciliables?Sin embargo, las paredes que albergaron aquellas antinomias parecen estar haciendo lugar a lo múltiple. No se debe simplificar. Nadie ignora que los discursos sobre la diversidad no están exentos de conflictos y, mucho menos, que la relación con el otro se va a constituir en una sola dimensión. Una política de la hospitalidad hacia las diferentes formas de experimentar desde/por/en el cuerpo debe cuidar a los jóvenes de las hostilidades que se manifiestan a través de representaciones rancias y condenas morales que aún hoy persisten en hablar de “desviaciones”. Frente a estos cambios, resulta inevitable preguntarse: ¿en quién recaerá el trabajo de escribir la Juvenilia de este siglo? ¿Será uno de estos jóvenes? Y, acaso, lo más importante: ¿qué memorias del Colegio Nacional nos dejarán como legado?
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