Si uno desea tener un hijo, desea amarlo, protegerlo y verlo crecer feliz con toda generosidad y tiene los medios para conseguirlo, el género y la orientación sexual de esa persona no debe importar lo más mínimo. Esa persona debería tener derecho a ser padre o madre.
Me resulta algo tan obvio, tan natural, que no entiendo que a estas alturas nos toque defenderlo.
Pero parece que sí.
Hoy precisamente saco el tema porque comienza el juicio contra el magistrado Fernando Ferrín Calamita, acusado de retrasar maliciosamente la adopción de una menor por una mujer lesbiana. Han pedido para él una multa de nueve meses con una cuota diaria de tres euros e inhabilitación por 18 años.
Y leyendo la noticia en distintos medios y los comentarios que genera, recuerdo la escasa argumentación que tienen los que están en contra.
Me resulta algo tan obvio, tan natural, que no entiendo que a estas alturas nos toque defenderlo.
Pero parece que sí.
Hoy precisamente saco el tema porque comienza el juicio contra el magistrado Fernando Ferrín Calamita, acusado de retrasar maliciosamente la adopción de una menor por una mujer lesbiana. Han pedido para él una multa de nueve meses con una cuota diaria de tres euros e inhabilitación por 18 años.
Y leyendo la noticia en distintos medios y los comentarios que genera, recuerdo la escasa argumentación que tienen los que están en contra.
Hace ya unos doce años, cuando estaba en la facultad de periodismo, recorté una columna de Marina Castaño en ABC que para mí ha sido siempre el ejemplo por excelencia de columna mal escrita: por su argumentación de pena, por usar la zoología de modo que parece un chiste, por su mala redacción e incluso por las erratas (siempre he creído que su corrector era gay y por eso la dejó hecha unos zorros).
Es tan mala que estoy convencida de que con un escrito así se consigue precisamente lo contrario que persigue la autora: defender la adopción independientemente de la condición sexual.
No he encontrado la versión online. Probablemente sólo quede constancia de esa columna en las hemerotecas. Aquí os la dejo transcrita, con sus erratas originales, a ver qué os parece.
Es tan mala que estoy convencida de que con un escrito así se consigue precisamente lo contrario que persigue la autora: defender la adopción independientemente de la condición sexual.
No he encontrado la versión online. Probablemente sólo quede constancia de esa columna en las hemerotecas. Aquí os la dejo transcrita, con sus erratas originales, a ver qué os parece.
¡Qué alegría, qué alborozo! Ya está en España, ya al alcance de todos los pequeños, el muñeco homosexual, con aspecto de futbolista norteamericano, muy cachas, muy fuerte, muy musculoso, muy rubio, muy promenientes atributos de quita y pon, último berrido de la técnica, y promeniente también, como no, el trasero. Tiene un amplio vestuario que va desde el traje de ejecutivo de mañana hasta las prendas de cuero y atuendo deportivo para sábados y domingos, línea de ropa creada en exclusiva para él. Se llama Billy y ha venido a llenar ese vacío que había en el mercado; lo mismo que en su día se inventó la muñeca de color, la muñeca china, la muñeca india, la muñeca que da a luz, el muñeco que eructa, el que hace pipí y popó, el muñeco y la muñeca con sexo, el muñeco con mocos, el muñeco que habla, la muñeca que le crece el pelo, el muñeco con un ojo morado o con un chichón, a elegir, el muñeco que hace cortes de manga y gestos obscenos. Ya solamente nos queda la muñeca lesbiana, el tironero, el traficante de heroína, el atracador y, finalmente, el terrorista, con su pasamontañas y su canesú. Me hago cargo perfectamente de que este invento, este nuevo juguete se ha creado con vistas a la ley, aberrante ley, que permitirá la adopción de niños a parejas homosexuales. Me importa muy poco que se acepte el matrimonio entre hombres o entre mujeres, no entra dentro de mi mundo, ni de mi entorno ni, afortunadamente, de mi familia, esa anarquía sexual, cada ciudadano que se case como quiera y con quien quiera, pero sí me importa, como defensora a ultranza que soy del menor, que un niño pueda ser criado en un ambiente indigno para su educación, en un nucleo cuya filosofía y cuyo ejemplo pueda ser deformante para su futuro y cuya psique pueda ser trastocada al crecer en un hogar diferente. El niño tiene perfecto derecho a desarrollarse dentro de ese hogar que debió haber tenido y que por su desgraciada circunstancia no tuvo, no debe sentirse diferente al lado de sus amigos y compañeros al descubrir que tiene dos mamás o dos papás; ese niño, en fin, tiene todo el derecho del mundo a crecer entre un macho y una hembra, lo mismo que los cachorros de león se desarrollan entre un león y una leona, los de perro entre un perro y una perra y los monos entre un mono y una mona. Los animales no necesitan de ninguna ley: la sabia naturaleza es más coherente que cualquier organismo político o jurídico
Y aquí tenéis cortesía de Leopoldo Alas que la referenció en su momento en El Mundo un fragmento de una columna directamente insultante de Pilar Urbano que va por los mismos derroteros (gracias por el enlace BobPop), muy famosa estos días por su libro sobre la reina. Fue publicada en Elle en 1994.
Dos homosexuales podrán ser un par, por aquello de ser dos, como las alpargatas. Pero nunca serán una pareja. Ni siquiera una yunta. Y por supuesto, jamás un matrimonio. Esa institución (monogámica, heterosexual, formalizada y consensual) o se da entre un varón y una hembra o no se da.
Sería perverso y pervertidor que un niño, que una niña, se criase en el ambiente enrarecido, enfermizo, deformante, vicioso y tarado de un par de maricones o de lesbianas que fingen ser lo que no son, hacer lo que no hacen y dar lo que no tienen. No hay ni leyes, ni tribunales capaces de trasvestir a una hembra en un padre o a un macho e una madre... P.S.: El homosexual me merece el mayor de los respetos, siempre que sepa apechugar con su desviación, a solas.
Y aquí tenéis cortesía de Leopoldo Alas que la referenció en su momento en El Mundo un fragmento de una columna directamente insultante de Pilar Urbano que va por los mismos derroteros (gracias por el enlace BobPop), muy famosa estos días por su libro sobre la reina. Fue publicada en Elle en 1994.
Dos homosexuales podrán ser un par, por aquello de ser dos, como las alpargatas. Pero nunca serán una pareja. Ni siquiera una yunta. Y por supuesto, jamás un matrimonio. Esa institución (monogámica, heterosexual, formalizada y consensual) o se da entre un varón y una hembra o no se da.
Sería perverso y pervertidor que un niño, que una niña, se criase en el ambiente enrarecido, enfermizo, deformante, vicioso y tarado de un par de maricones o de lesbianas que fingen ser lo que no son, hacer lo que no hacen y dar lo que no tienen. No hay ni leyes, ni tribunales capaces de trasvestir a una hembra en un padre o a un macho e una madre... P.S.: El homosexual me merece el mayor de los respetos, siempre que sepa apechugar con su desviación, a solas.
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